El trauma es mucho más que una historia sobre algo que sucedió hace mucho tiempo. Las emociones y sensaciones físicas que se generan durante un evento traumático quedan grabadas en el cuerpo y se siguen experimentando en el presente no solo como recuerdos, sino también como reacciones físicas perturbadoras. Lo que pasó “aquel día” se reproduce ahora en el campo de batalla de nuestro propio cuerpo, generalmente sin una conexión consciente entre lo que sucedió entonces y lo que estamos sintiendo ahora en nuestro interior.

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Las personas que han vivido acontecimientos traumáticos se sienten crónicamente inseguras dentro de su propio cuerpo: el pasado está vivo en forma de incomodidad interior constante. Su cuerpo se ve continuamente bombardeado por señales de alarma viscerales. Para sanar, y para recuperar el control completo sobre nosotros mismos, debemos retomar el pasado: tarde o temprano, debemos enfrentarnos a lo que nos ha sucedido. Pero el reto no es tanto aprender a aceptar las cosas terribles que han sucedido, sino encontrar el modo de manejar las sensaciones y las emociones asociadas con el pasado. 

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La naturaleza ha provisto a todos los animales, incluidos los humanos, de un sistema nervioso capaz de restaurar el equilibrio tras un evento estresante o amenazante. Pero un evento traumático fuerza al organismo más allá de su capacidad, y el sistema nervioso se desorganiza y no logra reajustarse, perdiendo así su función autorreguladora. Los síntomas de trauma se desarrollan como una manera que tiene el sistema de contener el estrés no descargado.

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Es por eso que el proceso de sanación ha de hacerse en el cuerpo. La mayoría de las personas piensa que el trauma es un problema mental, incluso lo ven como un desorden cerebral. Sin embargo, es algo que también sucede en el cuerpo; de hecho, sucede en primera instancia y sobre todo en el cuerpo. Los estados mentales asociados con un acontecimiento emocionalmente abrumador son importantes pero son secundarios. El cuerpo inicia, dice, y la mente sigue. Por lo tanto, las terapias cognitivas que ocupan el intelecto o incluso las emociones no logran la profundidad suficiente en el proceso de sanación.