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Relaciones caóticas y su conexión con el trauma en la infancia

Actualizado: 8 abr 2018

Gran parte de las conexiones de nuestros circuitos cerebrales se dedican a sintonizar con los demás. Superar un trauma significa reconectar con el resto de los seres humanos.


Por ello, el trauma que ha ocurrido dentro de las relaciones con otras personas, y durante los primeros años de vida, generalmente es más difícil de sanar que un trauma resultante de un accidente de tráfico o un desastre natural. Lo que ocurre en la infancia es que si las personas hacia las que nos orientamos naturalmente en busca de cuidado y protección nos aterrorizan o nos rechazan, aprendemos a desconectarnos y a ignorar lo que sentimos.


Cuando nuestros cuidadores se vuelven en nuestra contra, debemos encontrar formas alternativas de lidiar con el miedo, la ira o la frustración. Gestionar solos el terror produce otros problemas: disociación, desesperación, adicciones, una sensación crónica de pánico y relaciones marcadas por el aislamiento, la desconexión y las explosiones. Las personas con estos historiales raramente relacionan lo que les sucedió hace mucho tiempo con cómo se sienten y se comportan en el momento actual.


El contacto humano y la sintonización son fuente de autorregulación fisiológica, pero cuando hemos vivido eventos traumáticos en la infancia, el deseo de cercanía a menudo evoca miedo a ser heridos, traicionados y abandonados. En estos casos, la vergüenza juega un importante papel: si terminas conociéndome, descubrirás lo despreciable y asqueroso que soy y no tardarás en abandonarme.


Es por ello que el trauma no resuelto puede imponer un terrible peaje en las relaciones. Después de un acontecimiento devastador -ya sea de violencia, violación, cirugía, guerra o un accidente automovilístico- o por las secuelas de una infancia de prolongada negligencia y abuso, los individuos traumatizados tienden o bien a aislarse (porque la intimidad les da miedo y huyen), o bien a aferrarse desesperadamente a otras personas (con la esperanza de que de alguna manera los ayudarán o protegerán). En cualquier caso, ello les priva de la verdadera intimidad que anhelamos para avanzar en la vida, y son incapaces de mantener el tipo de relaciónes equilibradas, estables y nutrientes que todos necesitamos.

Cuando su soledad se vuelve demasiado dura, los individuos con trauma no resuelto puede que vayan buscando “acoplamientos” cada vez más irreales (y a veces peligrosos). Ven cada posibilidad (o imposibilidad) nueva de relacionarse como proveedora de la protección que calmará su ansiedad. Haber tenido una infancia de negligencia o abuso los predispone a relaciones caóticas. Incluso cuando el salvador idealizado se vuelve abusivo, ellos parecen no notar las primeras señales de ese abuso y quedan cada vez más atrapados en la unión dañina, precisamente porque resulta tan familiar o “como la familia”. Muchas personas son atraídas hacia amoríos autodestructivos y seducidos por ellos una y otra vez, volviendo a vivenciar su trauma original.


Los individuos traumatizados están o bien abrumados por sus sensaciones corporales o masivamente apagados ante ellas. Al estar agobiados, no pueden discernir matices y en general reaccionan exageradamente. Cuando están apagados, están entumecidos y quedan enredados en la inercia.


Y esta constricción de sensaciones borra las sombras y texturas en nuestros sentimientos. Es el infierno no hablado de la traumatización. Para relacionarnos íntimamente con otros y para sentir que somos seres vitales y vivos, estas sutilezas son esenciales.


Nuestros programas instintivos de sentimientos son el fundamento por el cual se nos permite planificar y avanzar con propósito y dirección en la vida. Es la tela de lo que nos conecta entre nosotros. Cuando ese mapa crítico se desordena con trauma o estrés prolongado, nosotros, como consecuencia, simplemente nos sentimos perdidos.


Por Peter A. Levine, P.h.D.


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