top of page
Buscar

Para sanar, debemos estar dispuestos a no temer al miedo

Actualizado: 8 abr 2018

El miedo nos permite saber, muy rápidamente, que algo no está bien. Es una necesidad biológica de supervivencia. La naturaleza diseñó el miedo pensando en la rapidez: cuando te sientes en peligro, no piensas: "El peligro está aquí, es mejor que haga algo al respecto". Simplemente actúas, a menos que, por supuesto, no puedas hacerlo.


Esta incapacidad para actuar -para defendernos y protegernos-, así es como comenzamos a temer al miedo.


Para comprender cómo incorporamos el mensaje biológico de que el miedo debe temerse, es importante comprender cómo las primeras experiencias de la vida, generalmente traumáticas, atrapan el miedo.


Un niño que presenció o experimentó violencia física, o que sobrevivió a una infancia con una conexión emocional mínima, o que tuvo que convertirse en padre demasiado pronto para cuidar a sus hermanos (o peor todavía, ¡a su padre!) porque mamá o papá no pudieron, o que fue sometido a una avalancha de procedimientos médicos aterradores... En todas estas situaciones, el niño está literalmente inundado de miedo.


Cuando se percibe una amenaza, el sistema humano está diseñado para defenderse a través de la lucha o la huida, y si estas respuestas no son posibles, la unica opción que queda es la parálisis. Un niño no puede huir, o responder, o pegar, o al menos intentar defenderse, por lo que debe dirigir esa energía de lucha o de huida hacia adentro.


Dicho de otra manera, cuando un niño se enfrenta a este tipo de adversidades, y tiene la edad suficiente para comprender que no hay un final a la vista, una forma de resistir el asalto tóxico crónico que experimenta su sistema nervioso es apagarse y reprimir el miedo. En muchos sentidos, se vuelve complaciente y deja que la vida pase, en lugar de involucrarse con la vida. Ya que su mecanismo inteligente de supervivencia tiene siempre tendencia de ir a lo seguro, el niño se queda al margen. Se porta bien y mantiene la paz tanto como puede.


Pero ese miedo no se desintegra ni se va. Se queda atrapado en el sistema nervioso. Este “aguante” del miedo en el sistema es uno de los principales culpables de la ansiedad crónica, las enfermedades crónicas y el miedo sin sentido y debilitante con el que tantas personas viven día a día.


El estudio Adverse Childhood Experiences (ACE) ha sido imprescindible para descubrir que el origen de muchas de las enfermedades crónicas, así como de algunos tipos de cáncer, enfermedades del corazón e incluso cosas como ansiedad, depresión y otros trastornos "mentales" (que en realidad son trastornos fisiológicos) se debe al asedio constante de estrés (sí, esas reacciones con miedo) crónicamente durante años.


Como mencioné antes, cuando alguien siente una sensación de amenaza constante desde una edad temprana, hay una tendencia a apagarse y dejar de sentir. Este apagado biológico es la forma en que la naturaleza ayuda al organismo, al niño, a no sentir ni el miedo ni otras sensaciones y emociones difíciles de experimentar. En otras palabras, el sistema nervioso está ayudando a preservar la salud mental del organismo. Pero al hacer esto, y al permanecer en este estado durante largos períodos de tiempo, lo hace a expensas de la salud. La razón es que este estado de parálisis (apagado) no está destinado a estar activado durante un largo periodo de tiempo, sino que está destinado a ser un estado intermedio.


Por ejemplo, en la naturaleza, esta respuesta de parálisis es beneficiosa porque hace que el animal no sienta e incluso lo pone en un estado rígido, similar a la congelación. Este “hacerse el muerto” puede servir para ayudar al animal a sobrevivir porque a menudo el predador tiene menos interés en comerse a un animal que parece muerto. Pero es una respuesta limitada en el tiempo.


En los humanos, cuando experimentan una amenaza crónica, esta respuesta de parálisis crea un pequeño problema. Por un lado, la energía de lucha y huida continua activa en el sistema, pero dado que el sistema nervioso sabe muy bien que no hay un final a la vista, intenta apagar la alta energía de supervivencia con la respuesta de parálisis. Este escenario de "un pie en el acelerador y otro en el freno", biológicamente debe ser limitado en el tiempo, pero a menudo no lo es. La consecuencia es que todo se desajusta internamente -en la biología - y el sistema se ralentiza, se enferma y se apaga. La persona está viva, pero a duras penas.


Esta es la razón por la cual hay tantas enfermedades crónicas (tanto mentales como físicas) conectadas a estas adversidades tempranas. Aparecen como signos y síntomas de letargo, depresión, falta de motivación, problemas para concentrarse, aumento de peso, digestión lenta y errática, respuesta inadecuada del sistema inmune y enfermedades autoinmunes extremas. El cuerpo, literalmente, aprende a entrar en un modo de "hibernación" de supervivencia para que no tenga que seguir activando una respuesta de lucha o huida ante la amenaza constante.


Es importante recordar que si no fuimos enseñados durante nuestra infancia, niñez y adolescencia sobre cómo estar con todos los sentimientos relacionados con el miedo, y con las sensaciones corporales relacionadas con ellos, entonces no habrá un patrón fijo sano de respuesta al miedo, en donde nuestro sistema entra en una respuesta de lucha o huida y luego sale rápidamente.


En lugar de eso, nos quedaremos atrapados en un ciclo de lucha, huida, y si nuestra infancia fue más adversa e insegura, entonces nos quedaremos atrapados en un patrón de parálisis (apagado).


Hay un dicho, "lo que resistes, persiste". Cuando continuamos resistiéndonos al miedo, no logramos sanar. Pero si lo encontramos, lo sentimos y lo vemos como simplemente un patrón que está buscando la liberación, entonces podremos encontrar esa curación que hemos estado buscando.


Por Irene Lyon

www.irenelyon.com


bottom of page