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Qué pasa en el cerebro tras un trauma

Actualizado: 6 abr 2018

La manera más simple de definir un evento traumático es como una experiencia que vivimos que abruma nuestra capacidad de enfrentarnos a ella. El ingrediente principal es su carácter inevitable - la inhabilidad de cambiar la situación, la sensación de parálisis. El estar sumido en un estado de completa impotencia.


Las experiencias traumáticas dejan huella en nuestra mente y en nuestras emociones, en nuestra capacidad de disfrutar y de mantener relaciones íntimas, e incluso en nuestra biología y nuestro sistema inmunológico. El trauma produce verdaderos cambios fisiológicos, incluyendo el recalibrado de la alarma del sistema cerebral, un aumento en la actividad de las hormonas del estrés y alteraciones en el sistema que distingue la información relevante de la irrelevante. Estos cambios explican por qué las personas traumatizadas desarrollan una hipervigilancia ante las amenazas, a costa de la espontaneidad en su vida diaria. También nos ayudan a entender por qué la gente traumatizada suele sufrir repetidamente los mismos problemas y por qué le cuesta tanto aprender de la experiencia. Sabemos que su comportamiento no es resultado de ningún defecto moral, ni de una falta de fuerza de voluntad, ni de su mal carácter: es causado por unos cambios reales en el cerebro.

Todas las partes del cerebro se ven afectadas. La parte derecha se activa más; la parte izquierda se apaga más. La parte dorsal está mas hiperactiva; la parte frontal está menos. Las conexiones entre las diferentes partes del cerebro están desarregladas. Lo que ocurre es que el cerebro se congela en un estado de parálisis o de hiperalerta, y eso involucra a distintas estructuras cerebrales.


La tarea más importante de nuestro cerebro es garantizar nuestra supervivencia. Todo lo demás es secundario. Cuando una amenaza es percibida, el sistema de alarma del cerebro se dispara y automáticamente desencadena unos planes de huida física preprogramados en las partes más antiguas del cerebro. Cuando el cerebro antiguo toma el mando, apaga parcialmente el cerebro superior, y prepara el cuerpo para correr, esconderse, luchar, o en ocasiones, quedarse paralizado. Si la respuesta de lucha/huida sale bien y escapamos del peligro, recuperamos nuestro equilibrio interno. Si la respuesta normal se bloquea, aparece la respuesta de parálisis, mientras que el cerebro sigue secretando sustancias químicas del estrés y los circuitos eléctricos del cerebro siguen encendiendose en vano. Ser capaz de moverse y de hacer algo para protegerse es un factor crítico a la hora de determinar si una experiencia horrible dejará o no cicatrices duraderas.


Idealmente, nuestro sistema de hormonas del estrés debería proporcionar una respuesta sumamente rápida a la amenaza, y luego devolvernos inmediatamente a una situación de equilibrio. En las personas con estrés postraumático, sin embargo, el sistema de las hormonas del estrés no puede realizar este equilibrado. Las señales de lucha, huida o parálisis siguen una vez ha pasado el peligro y no vuelven a la situación normal. En lugar de eso, la secreción continuada de hormonas del estrés se expresa en forma de agitación y pánico, problemas de memoria y de atención, irritabilidad, trastorno del sueño, y a largo plazo, causa estragos en la salud.


A pesar de que las personas traumatizadas no quedan verdaderamente paralizadas físicamente, sí se pierden en un tipo de niebla de angustia, un apagado parcial crónico, disociación, depresión continua y entumecimiento. Muchos son capaces de ganarse la vida y/o construir una familia en una suerte de “congelamiento funcional” que limita seriamente su alegría de vivir. Llevan su carga con una energía reducida en una lucha dificultosa para sobrevivir a pesar de sus síntomas.

El trauma afecta a todo el organismo humano (cuerpo, mente y cerebro). El cuerpo sigue defendiéndose de una amenaza que pertenece al pasado. Sanar significa ser capaz de poner fin a esta movilización continuada del estrés y restaurar todo el organismo para que se sienta seguro.


Por Bessel van der Kolk, M.D.



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