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El cuerpo lleva la cuenta

Actualizado: 6 abr 2018

IDENTIFICAR EL PELIGRO: EL COCINERO Y EL DETECTOR DE HUMO


La información sensorial sobre el mundo exterior nos llega a través de los ojos, nariz, oídos y la piel. Estas sensaciones convergen en el tálamo, una zona dentro del sistema límbico que actúa como el “cocinero” del cerebro: mezcla toda la información de nuestras percepciones para preparar una sopa autobiográfica muy homogénea, una experiencia integrada y coherente de “esto es lo que me esta sucediendo”. Luego las sensaciones van en dos direcciones: hacia la amígdala y hacia los lóbulos frontales. Va más rápido a la amígdala que a los lóbulos. Sin embargo, como consecuencia de haber vivido experiencias con alta carga emocional que no han sido resueltas, el procesamiento por parte del tálamo puede ser defectuoso.


La función central de la amígdala, el "detector de humo", es identificar si la información entrante es relevante para nuestra supervivencia. Lo hace de manera rápida y automática, con la ayuda del hipocampo, una estructura cercana que relaciona la nueva información con las experiencias del pasado. Cuando percibe una amenaza, manda un mensaje instantáneo al hipotálamo y al tronco cerebral, recurriendo al sistema de hormonas del estrés y al sistema nervioso autónomo para orquestar una respuesta ante la amenaza.


El trauma no resuelto aumenta el riesgo de malinterpretar si una situación concreta es peligrosa o segura. El menor error de interpretación puede provocar dolorosos malentendidos en las relaciones personales y laborales.


CONTROLAR LA RESPUESTA DE ESTRÉS: LA TORRE DE VIGILANCIA


Siempre y cuando no estemos muy alterados, los lóbulos frontales pueden restaurar el equilibrio y ayudarnos a darnos cuenta de que estamos respondiendo a una falsa alarma y abortar la respuesta de estrés.


Ser capaces de analizar tranquila y objetivamente nuestras ideas, sentimientos y emociones (“concienciación”), y luego tomarnos el tiempo necesario para responder permite al cerebro ejecutivo inhibir, organizar y modular las reacciones automáticas preprogramadas en el cerebro emocional (reptiliano y límbico). Esta capacidad es crucial para preservar nuestras relaciones con el resto de los seres humanos. La torre de vigilancia también nos dice que la ira de los demás y las amenazas dependen de su estado emocional. Cuando este sistema falla, nos convertimos en animales condicionados: en el momento en que detectamos peligro, automáticamente nos ponemos en modo lucha o huida.


Cuando tenemos estrés postraumático no resuelto, el equilibrio crítico entre la amígdala y la corteza prefrontal media cambia radicalmente, complicando mucho más el control de las emociones y los impulsos.


Los psicólogos suelen intentar ayudar a la gente a utilizar la percepción y la comprensión para gestionar su comportamiento. Sin embargo, la investigación neurocientífica muestra que muy pocos problemas psicológicos son resultado de problemas de comprensión: la mayoría se originan en las presiones de las regiones cerebrales más profundas en las que se basan nuestra percepción y nuestra atención. Cuando la alarma del cerebro emocional sigue señalando que estamos en peligro, no hay comprensión posible que pueda silenciarla.


Si comprendemos que una persona traumatizada queda bloqueada en la lucha o en la huida o en una desconexión crónica, ¿cómo les ayudamos a desactivar estas maniobras de defensa que en una ocasión garantizaron su supervivencia?


El cuerpo lleva la cuenta. Si el recuerdo del trauma está codificado en las vísceras, en emociones desgarradoras y dolorosas, en trastornos autoinmunes y problemas esqueléticos y musculares, y si la comunicación entre la mente, el cerebro y las vísceras es en lo que se basa la regulación de las emociones, debemos cambiar radicalmente nuestras hipótesis terapéuticas.


UN NUEVO ENFOQUE SOBRE LA RECUPERACIÓN


El cerebro racional se expresa mediante pensamientos. El cerebro emocional se manifiesta mediante reacciones físicas: dolor de tripas, latidos acelerados, respiración rápida y superficial, sensaciones de desgarro, hablar con un hilo de voz o con la voz tensa, y los característicos movimientos corporales que significan colapso, rigidez, rabia o estar a la defensiva.


¿Porque no podemos ser razonables? ¿Y puede ayudar la comprensión? El cerebro racional sabe ayudarnos a comprender de dónde vienen los sentimientos (por ejemplo “me da miedo acercarme a un chico porque mi padre abusaba de mí”, o “me cuesta expresar mi amor a mi hijo porque me siento culpable por haber matado a un niño en la guerra de Irak”). Sin embargo, el cerebro racional no puede suprimir las emociones, las sensaciones o los pensamientos (como vivir con una sensación de amenaza o sentir que somos fundamentalmente una persona horrible, aunque racionalmente sepamos que no debemos sentirnos culpables porque nos hayan violado). Entender por qué nos sentimos de cierta manera no cambia cómo nos sentimos.


TERAPIA SOMÁTICA


La cuestión fundamental para superar el estrés traumático es restablecer el equilibrio adecuado entre los cerebros racional y emocional, para poder sentir que mantenemos el control de nuestra respuesta y de nuestro comportamiento ante la vida. Si queremos cambiar, tenemos que reparar los sistemas de alarma defectuosos y restaurar el cerebro emocional. Y el único lenguaje que habla este cerebro es el de las sensaciones.


El neurocientífico Joseph LeDoux y sus compañeros han demostrado que la única manera de acceder conscientemente al cerebro emocional es mediante el autoconocimiento; es decir, activando la corteza prefrontal medial, la parte del cerebro que detecta lo que sucede en nuestro interior, y que nos permite sentir lo que estamos sintiendo. El término técnico es introspección, palabra en latín que significa mirar dentro.


La parte racional y de análisis del cerebro, centrada en la corteza prefrontal dorsolateral, no tiene conexiones directas con el cerebro emocional, donde residen la mayoría de las huellas del trauma, pero la corteza prefrontal medial, el centro del autoconocimiento, si que las tiene.


La investigación neurocientífica ha demostrado que la única forma de cambiar cómo nos sentimos es siendo conscientes de nuestra experiencia interior y aprendiendo a ser amigos de lo que sucede en nuestro interior.


EL CUERPO ES EL PUENTE HACIA LA SANACIÓN


Las frases más importantes en el tratamiento del trauma son “observe que” y “¿qué sucede después?”. La conciencia nos pone en contacto con la naturaleza transitoria de nuestros sentimientos y percepciones.


La neurociencia ha demostrado que tenemos dos tipos de autoconocimiento diferentes: uno que rastrea nuestro yo en el tiempo y otro que registra al yo en el momento presente. El primero, nuestro yo autobiográfico, crea conexiones entre las experiencias y las monta en una historia coherente. Este sistema está arraigado en el lenguaje. Nuestras narraciones cambian con la historia, a medida que nuestra perspectiva cambia y que incorporamos nuevas contribuciones.


El otro sistema, el autoconocimiento momento a momento, se basa fundamentalmente en sensaciones físicas, pero si nos sentimos seguros y no tenemos prisa, podemos encontrar palabras para comunicar también esa experiencia. Estas dos formas distintas de conocer se encuentran en diferentes partes del cerebro que están muy desconectadas entre sí. Solo el sistema dedicado al autoconocimiento, que se encuentra en la corteza prefrontal media, puede cambiar el cerebro emocional.


Un sistema crea una historia para el consumo público, y si contamos esa historia suficientes veces, es posible que acabemos creyendo que contiene toda la verdad. Pero el otro sistema registra una verdad distinta: cómo vivimos la situación en nuestro interior. Es este segundo sistema al que debemos acceder, que debemos aceptar y con el que nos debemos reconciliar.


Podemos superar el carácter escurridizo de las palabrasa implicando al sistema del yo, que observa al yo y que se basa en el cuerpo, que habla a través de las sensaciones, el tono de voz y las tensiones corporales. Ser capaces de percibir sensaciones viscerales es la base misma de la conciencia emocional. Si un paciente me dice que tenía ocho años cuando su padre abandonó a su familia, seguramente le interrumpiré y le pediré que se pregunte qué pasa en su interior cuando me habla del niño que nunca más volvió a ver a su padre. ¿Dónde lo tiene registrado en su cuerpo? Es en este camino cuando las cosas empiezan a cambiar.


La vida de muchos supervivientes de trauma acaba girando en torno a la lucha y a la neutralización de unas experiencias sensoriales indeseadas. Pueden convertirse en obesas o anoréxicas o adictas al ejercicio o al trabajo. Al menos la mitad de todas las personas traumatizadas intenta atenuar su mundo interior intolerable con drogas o alcohol. El otro lado de la moneda de esta insensibilización es la búsqueda de sensaciones. Muchas personas se cortan para que la insensibilización desaparezca. Otras prueban puenting, prostitución o juego.


El cuerpo lleva la cuenta: si el trauma está codificado en el latido cardiaco y en las sensaciones que notamos en la tripa, nuestra primera prioridad es ayudar a la gente a salir del estado de lucha o huida, a reorganizar su percepción del peligro y a gestionar sus relaciones.


Por Bessel van der Kolk, M.D.


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